Decíamos, pues, en una de nuestras anteriores entradas que, para poder mejorar la comprensión auditiva, debemos de esforzarnos no tan solo en la escucha constante de audios y grabaciones; sino en practicar y mejorar nuestro nivel de lectura. Pudiera, acaso parecer algo paradójico, pero la sorpresa inicial dejará de ser tal si reparamos en cómo, en nuestro cuerpo, el aparato fonador y el sistema auditivo se encuentran no ya en estrecha vecindad sino, más aún, conectados el uno al otro.
Decíamos también que, acaso, esta de la lectura es una de las destrezas a las que menos se presta atención hoy en día. Quizá por cuanto se considera que, al vérnoslas con una lengua donde la ortografía y la pronunciación son tan próximas, leer en español no resulta tan difícil. Y sí, puede ser que estemos en lo cierto al pensar así; pero hemos de reconocer igualmente que, sin ser algo realmente difícil, tampoco es algo natural... al menos para nuestra vista. A fin de cuentas, esta, ante un texto escrito cualquiera ve, en realidad, multitud de palabras aisladas y fragmentadas.
Así que esta de no leer palabras es acaso la primera de las consideraciones a la hora de leer bien en español. Sencilla de entender, pero más complicada de practicar, por cuanto tenemos tendencia a apoyarnos en las palabras (y especialmente en aquellas que conocemos) a la hora de la lectura. Y, sin embargo, si hemos de definir de algún modo la buena lectura, hemos de reconocer que requiere por nuestra parte un pequeño acto de fe. (Al menos si entedemos por "fe" el hecho de "creer en aquello que nunca hemos visto"). Pues, para leer bien, debemos evitar el leer las palabras que vemos; y, por el contrario, debemos centrar nuestra atención en leer los sintagmas que no vemos.
¿Y qué son los sintagmas? Son los conjuntos en los que se agrupan las palabras (por causa de las relaciones gramaticales que se establecen entre ellas). Porque, sí, el lenguaje, que ha sido creado por los hombres, en muchos casos refleja como un espejo la realidad de estos. Y así, del mismo modo que las personas son seres individuales, pero podemos considerarlas también desde una perspectiva comunitaria en relación a vínculos que establecen con otras muchas personas (grupos familiares, de amistades, de compañeros de estudio o de trabajo); del igual modo acontece con las palabras. Y, al verlas sobre el papel, mientras respiramos, hemos de identificar en el texto con qué otras palabras están entrando en relación gramatical en ese caso en concreto. Solo una vez hecho esto, podremos dar por concluida la pausa y leer, sin interrupción, la serie de palabras que vienen encadenadas en un mismo grupo sintagmático.
スペイン語オンライン教室.net, agosto de 2022
Se dice "0 puntos", en plural. ¿Por qué? Porque el singular es el término marcado (concreto) por antonomasia y el plural el no marcado (más general). Es algo parecido a lo que sucede con el femenino (término marcado) y el masculino (término no marcado): mientras el femenino hace referencia tan solo a un grupo de chicas, el masculino puede referirse no solo a un grupo de chicos sino, de manera general, incluso a un grupo que incluyera chicas y chicos.
De aquí que -y volviendo ya al singular y al plural-, podamos decir frases del tipo El día 20 de mes me pagan, aun en el caso en el que nos encontremos en una pequeña empresa en la que mi jefe y yo somos los únicos que trabajamos. Porque el plural, que es el término no marcado, lo asociamos fácilmente a lo más general, difuso, abstracto; y lo podemos emplear perfectamente cuando, como acontece en este ejemplo, por discreción y privacidad no queremos dar información relativa a nuestra oficina.
Se dice, pues, "cero puntos" en plural, porque el plural es el término no marcado, esto es, el que transmite una información del modo más general. ¿Y habrá acaso un concepto más abstracto que la noción del cero, esto es, la ausencia de otro número? Recuerda, sin ir más lejos, cómo, por ejemplo, los romanos carecían del cero en su sistema de cálculo.
スペイン語オンライン教室.net, junio de 2022
Paolo Veronese, Public domain, via Wikipedia Commoms
Este refrán hace referencia a la solemnidad de la Asunción de la Virgen a los cielos en cuerpo y alma, después de su muerte; que se celebra el 15 de agosto. Hay otras fiestas marianas a principios y finales del mismo mes, pero es esta, sin duda, la más importante, por lo que no es infrecuente referirse a ella simplemente como "Virgen de agosto". En dicho refrán se hace referencia a lo beneficioso de la lluvia (el "agua") a mediados de este caluroso octavo mes del año para obtener una buena cosecha de uvas, que llegarán apenas un poco más tarde, una vez entrado el otoño. De estas uvas se obtendrá el zumo, llamado "mosto"; el cual, una vez fermentado, se convertirá en vino.
Son diversos los refranes que aluden a los beneficios de la lluvia por esas fechas: Cuando llueve en agosto, llueve miel y llueve mosto; Agua de agosto, azafrán, miel y mejor mosto. Y es que, por de pronto, el cielo cubierto dará un pequeño alivio a la vid contra el excesivo sol, que podría quemar la fruta; mientras que la lluvia aumentará la humedad del suelo (que, siempre que no sea prolongada, resultará beneficiosa para la planta). Ahora bien, el mismo refranero nos advierte de que lluvias excesivas por esas fechas podrían ser perjudiciales; ya que, aunque aumentarían los jugos y el grosor de los granos de uva, sería al precio de una pérdida de sabor: Agua por la Virgen de agosto, quita aceite y agua el mosto.
Volviendo al refrán que nos ocupa en esta entrada, Agua por la Virgen de agosto, año de mosto, sería sin duda de fácil recuerdo entre las gentes del pueblo. A fin de cuentas, estas podían estar leyendo entre líneas bellas alusiones al célebre pasaje bíblico de las Bodas de Caná. Es este el primero de los milagros que se narran en el evangelio de san Juan, gracias al cual los discípulos acaban creyendo en la divinidad de Jesús. Se produce en el contexto de una boda en la que María, Jesús y sus discípulos se encuentran como invitados. Y en la que, una vez se ha acabado inesperadamente el vino, es la Virgen quien le pide a Jesús que actúe. Este, aunque en apariencia reticente, acaba obrando el milagro y transformando el agua reservada para las purificaciones en el más delicioso de los vinos.
El Veronés pintó de manera muy libre (pues la situó en un ambiente contemporáneo suyo y al estilo veneciano) esta escena. Lo hizo en un cuadro colosal, colorido e impresionante titulado "Las Bodas de Caná", que reproducimos en la parte superior de esta entrada. No obstante, la tradición ve en el pasaje evangélico que sirve de tema a esta composición algo más que un "simple milagro". Lo ha interpretado más bien siempre como un hermoso signo: el de que Jesús no viene a nosotros con intención de "aguarnos la fiesta" (el mosto); sino, todo lo contrario, con el deseo de participar con nuestra alma (término este en español femenino) en un gozoso desposorio.
スペイン語オンライン教室.net, agosto de 2022
Vayamos hoy hasta el claustro de la Universidad de Salamanca, en la hermosa calle Libreros. Atravesemos su delicada fachada plateresca y giremos a mano derecha hasta dar con la “Escalera del conocimiento”. Esta —que une la planta inferior con la planta superior, en la que se encuentra la biblioteca— describe en su pretil, y a través de hermosos relieves, un ideal de vida ascendente al que dirigir nuestro aprendizaje.
Fijémonos por un instante en el segundo tramo de la mencionada escalera; y apreciemos uno de sus más célebres motivos iconográficos: el de una exuberante planta (probablemente la flor de un granado), que, recién florecida, muestra sus estambres repletos de polen. Según diversos estudios esta planta vendría a simbolizar el conjunto de ricos conocimientos que la universidad ponía a disposición de sus alumnos en las aulas. En otras palabras, la cultura, término que procede del latín colere, ‘cultivar, fomentar’, y hace primeramente referencia al mundo agrícola.
Pues bien, si en el campo indica aquellas labores que sirven para hacer prosperar verduras y hortalizas; en el mundo académico, y en sentido figurado, sirve para indicar aquellos conocimientos que fomentan en el alumno su desarrollo, crecimiento y florecimiento; en suma, todo lo que contribuye a la noble tarea de que se realice plenamente como persona. De ahí que, aún hoy en día, de alguien con una buena formación se dice que es alguien “cultivado” (entendiendo que, en él, conocimientos, profesores, y sobre todo, el propio alumno han estado intensamente trabajado).
Pues bien, volviendo ya al mencionado relieve salmantino, llama la atención el hecho de que, sobre esa flor (que como decimos simboliza el conjunto de los saberes universitarios), revolotean dos enormes insectos: en la parte superior izquierda una abeja que aspira a obtener algo del rico néctar a fin de elaborar aquel que fue un preciado producto de la antigüedad: la miel. Mientras que, en la parte superior derecha, una araña se desliza desde un punto invisible, atraída por ese mismo néctar. Un mismo objeto de deseo, pues; y, sin embargo, dos productos finales muy diferentes, ya que la ingesta de la araña, lejos de producir miel, engendrará veneno.
Todo ello como indicándonos que, en ese ideal universitario antiguo, el valor último de los estudios residía en los frutos concretos en forma de buenas obras que a la postre dichos estudios podían producir. Acercarse a universidad se asemejaba, pues, idealmente, al acercamiento a una flor repleta, colmada con los más deliciosos néctares (que es la cultura, entendida en su más amplio sentido), de los cuales hemos de tratar de sacar partido (extraer sus jugos) para crecer como personas; pero siempre procurando hacer el bien y no el mal.
Todo ello, aun cuando la dulzura de los frutos del bien no vayamos a poder disfrutarla nosotros (igual que la abeja ofrece el fruto de su trabajo laborioso a otros). E incluso si el mal nos tienta y nos sugiere emplear los conocimientos adquiridos en nuestro solo provecho personal, y con independencia del daño o mal que en otras personas pudiéramos causar. Tentación esta última que todos los universitarios (docentes y alumnos) deben rehuir e incluso combatir. Porque este es también precisamente el último de los significados del término español derivado del sugerente y profundo término latino campus: el de ‘campo de batalla’.
スペイン語オンライン教室.net, septiembre de 2022
"Ut [qui] multa hospitia habeant, nullas amicitias" (EML I, 2 [2])
Si un gran amante del estudio, como René Descartes, había afirmado al comienzo de su Discurso del método que hubo un momento de su juventud en el que, tras muchos años de formación, decidió sustituir los libros por "el gran libro del mundo" y se puso a viajar; en la segunda de las epístolas de Séneca nos vamos a encontrar con una analogía inversa, según la cual la lectura queda equiparada al viaje.
Quizá en una época como la nuestra, en la que las novelas, y por ende las de acción, ocupan un lugar prominente entre los títulos más vendidos, esta última comparación pudiera parecer todo menos original. Y, sin embargo, el contexto en el que se produce la analogía y las conclusiones que de ella extrae el cordobés pueden resultarnos, cuando menos, sorprendentes.
En efecto, se encuentra esta en una epístola, que, si bien había comenzado tratando el tema de las lecturas, acabará paradójicamente hablando sobre las riquezas: "No quien poco tiene, sino aquel que mucho desea, es pobre" ("Non qui parum habet, sed qui plus cupit, pauper est", EML I, 2 [6]), escribe en uno de los pasajes finales, dejando relacionados así uno y otro tema (lecturas y riquezas) de modo sorprendente.
Sorprendente pues, por de pronto, y acostumbrados como estamos en nuestros días a presenciar entrevistas televisivas a expertos investigadores que se dirigen a nosotros desde un despacho, repleto de libros; nos admira que un erudito de la talla de Séneca no sea partidario de contar con una gran biblioteca, sino, todo lo contrario, con una biblioteca de mínimos, con muy pocos títulos. ¿Por qué motivo?
Séneca asocia aquí, como ya hemos indicado, la lectura con el viajar; y cada libro con las posadas que jalonan las distintas etapas del viaje de la vida civil o, incluso, con las fortificaciones en la vida militar (como si en la obra escrita fuera el último reducto o bastión en el que se recoge el pensamiento de su creador). Quiere con ello darnos a entender que, al que lee muchos y variados libros, le puede acontecer lo mismo que a quien frecuenta muchas pensiones distintas: que halla dificultad para profundizar en la relación con las personas que en ellas se encuentra. De modo tal que, teniendo muchos lugares en los que hospedarse, en ninguno de ellos está lo suficiente como para poder llegar a crear una amistad: "Ut [qui] multa hospitia habeant, nullas amicitias" ("Como quienes teniendo muchas posadas, no tendrán ninguna amistad").
Concibe así nuestro autor la buena literatura (en el más amplio sentido de la palabra) no como mero lugar de paso, sino como medio privilegiado para propiciar una profunda relación de encuentro personal.
スペイン語オンライン教室.net, octubre de 2022
Seguimos en el comienzo del cuarto evangelio. Con la célebre frase Ecce agnus Dei (Jn. 1, 29) señala Juan el Bautista a Jesucristo como el esperado Mesías (o liberador del pueblo de Israel). Esto originará que varios de esos mismos discípulos, encabezados por Andrés, abandonen al propio Bautista para irse detrás de Jesús, tratando de convertirse en sus discípulos. (En la imagen podemos apreciar el famoso cuadro de Francisco Zurbarán titulado: "Agnus Dei" , imagen de dominio público, vía Wikipedia Commoms).
"Ecce agnus Dei", a saber, "He aquí el Cordero de Dios" o "Este es el Cordero de Dios". Esta frase, que es aparentemente enigmática, queda, sin embargo, sumamente iluminada al compararla con otra frase de hechura muy similar, que Pilato pronuncia al final del mismo evangelio. Es en el momento en el que, saliendo al balcón el mismo Pilato con Jesús (que ha sido ya abofeteado, golpeado, escupido y flagelado), se dirige al pueblo; y señalándoles así al mismo que en breve será condenado a la muerte en cruz, pronuncia estas palabras: "Ecce homo" (Jn. 19,6), es decir, "He aquí el hombre" o "Este es el hombre".
Consideremos una y otra frase ("Ecce homo" y Ecce Agnus Dei") como si mirandose una a otra al espejo; como si mutuamente hablasen de lo mismo, pero con palabras diferentes; no contrarias, sino complementarias. Decir en las postrimerías "Este es el hombre" (que va a ser entregado a la muerte por el pecado de otros hombres) sería tanto como decir "Este es el cordero de Dios" a los inicios. Entendemos así que, al denominarlo "Agnus Dei", el Bautista quiere equiparar a Jesús con el cordero sacrificial; con el animal puro, inocente, sin mancha, que se entregaba mansamente como ofrenda agradable a Dios; anticipándonos ya así el final (humanamente) trágico y trascendentalmente mesiánico de su vida.
Todo esto lo tuvo sin duda en cuenta Francisco Zurbarán a la hora de pintar el hermoso cuadro que se encuentra en el Prado y que hoy presentamos junto a estas líneas. Al hacer un dibujo perfectamente realista de un cordero, pero poniéndole por título "Agnus Dei", buscó sin duda trascender la pura realidad física, y transmitirnos algo trascendental, que va mucho más allá de la mera representación de un manso cordero.
スペイン語オンライン教室.net, agosto de 2022