Según el DLE, el término campus es un neologismo latino que ha llegado al español a través del inglés. Provendría del homónimo latino que significa “terreno llano” o “terreno extenso fuera de poblado”, haciendo acaso referencia al hecho de que muchas universidades fueron abandonando el centro, para ser edificadas en tierras aledañas a la ciudad. En estas, a un coste mucho menor, se hacía posible la ocupación de un mayor número de hectáreas, favoreciendo la construcción de más y más amplios edificios, así como el mantenimiento de zonas de esparcimiento para estudiantes y profesores.
Y, sin embargo, el paso del tiempo y el desarrollo de la vida académica han conferido a la palabra campus una fecundidad tal, que la ha convertido en el centro de un universo de hermosos referentes. Los cuales, por un lado, pueden iluminar, tanto a docentes como a alumnos, acerca del ideal de la vida académica; y, a la vez, indicarles el camino al que deberían dirigir sus pasos con vistas a la consecución de dicho ideal.
Para entender todo esto mejor, conviene recordar cómo en español uno de los primeros significados que no tardó en asociarse a la palabra campus fue el de ‘tierra de labor’ (español, campo); pues era en esas tierras llanas situadas extramuros de la ciudad donde los mismos labradores ejercitaban su oficio. Resulta, pues, sumamente sugerente imaginar escenas en las que los maestros universitarios, camino de las aulas, observarían a diario las labores del campo. Escenas en las que intuirían que su trabajo no difería en realidad mucho del de aquellos agricultores que, jornada tras jornada, deshacían los terrones, esparcían las semillas y regaban las plántulas; a la par que apartaban las malas hierbas y luchaban contra plagas de insectos.
Y así, aunque los chicos que, congregados en el campus por el afán de aprender se veían a sí mismos como estudiantes (del verbo latino studeo, que significa primeramente ‘tener gusto por algo’); a los ojos de los profesores se convertían más bien en alumnos (del verbo latino alere -que significa ‘nutrir’), esto es, en seres que, cual plantas, necesitaban, entre otros muchos cuidados, ser alimentados con vista a su crecimiento. Y este de alumno es precisamente el término que preferentemente emplean aún hoy los profesores.
スペイン語オンライン教室.net, agosto de 2022
Habituados a vérnoslas entre los numerosos objetos materiales y utensilios que nos rodean en la vida, a menudo tendemos a objetivar realidades que pertenecen a una esfera diferente de la material. Pensemos, por ejemplo, en cuántas veces no habremos tomado, aun solo sea inconscientemente, el saber apenas en su sentido más material y manejable: como un conjunto de conocimientos con límites tan claramente definidos que pareciera que pudieran ser tomados entre las manos y ser, a la par que aprendidos, casi aprehendidos. Saberes, sí, concretos y objetivos, incluso cuantificables, como serían un conjunto de leyes físicas o de derecho civil; de normas gramaticales o idiomas extranjeros; de fórmulas matemáticas, etc.
Sin embargo, al considerar la sugestiva etimología del vocablo latino sapere, cuyo sentido primigenio era el de "tener (un concreto) sabor" y cuyo segundo sentido era el de "distinguir sabores" (de donde derivará finalmente el español saber, como una capacidad para llevar a cabo tal distingo); no parecería adecuado el identificar la sabiduría con la mera posesión de determinados conocimientos. Esto último atañería más bien a la cantidad, mientras que sapere parece apuntar más bien a una cualidad: la de extraer el sentido último (el sabor) de las distintas cosas y realidades que nos envuelven y rodean.
Desde esta perspectiva no existe paradoja paradoja alguna en el hecho de que el oráculo de la ciudad sagrada de Delfos declarase a Sócrates el hombre más sabio de Grecia, por más que este siempre hubiera repetido: "Solo sé que no sé nada". Reparemos en que en dicha sentencia el primer "sé" apunta al auténtico y profundo saber, una cualidad única que poseen determinadas personas con independencia de cuál sea su instrucción académica; mientras que el segundo "sé" haría referencia al aprender un arte, un oficio, unos conocimientos objeto de estudio.
スペイン語オンライン教室.net, julio de 2022
Este es un célebre lema del Siglo de las Luces que suele traducirse en español como "Atrévete a saber". Está compuesto por un infinitivo, sapere ('saber'), y por el imperativo aude (<audeo, 'atreverse', 'aventurarse'). Si este último a primera vista puede parecernos extraño, nos resulta mucho más familiar una vez que lo relacionamos con nuestro adjetivo castellano "audaz". Por lo que podríamos también traducir aude por expresiones del tipo "sé audaz" o "sé atrevido". (Aunque después el infinitivo sapere no podrá ya seguir funcionando como objeto directo y tendremos que unirlo al verbo "ser" por medio de una preposición). Y, como a la lengua latina le gusta mucho jugar con el orden de las palabras para crear una peculiar tensión y expresar así distintos matices, intentando respetar dicho orden podríamos tratar de traducirlo al fin también como sigue: "Para saber, sé audaz".
Resulta interesante este ejercicio de analizar frases cuya traducción está ya fijada por el uso, como esta de Sapere aude, a fin de escucharlos como por primera vez y tratar así de sentir el eco que puedan dejar en nuestro interior. En el caso del hermoso adagio latino que hoy nos ocupa, se diría que el deseo de conocer no es algo connatural al hombre. Al menos, en cuanto que nos viene dado apenas en potencia: esto es, como una posibilidad que a cada uno corresponde o no ir haciendo realidad. Y, lo que resulta aún más interesante, la realización de dicha posibilidad parece ser fruto de una moción; de un movimiento de audacia, de atrevimiento, de osadía. Pero en relación a qué o a quién deberíamos ser osados?
Lo breve del aforismo lo deja abierto a muchas y variadas interpretaciones; las cuales, lejos de ser contradictorias, pueden enriquecerse e integrarse. Porque podemos, por ejemplo, ser osados en relación a una verdad escurridiza, que no está a mano para aquellos que se vienen fácilmente abajo o se dan a la molicie. O ser osados en relación a una verdad que alguien nos está expresamente ocultando. Pero, mucho antes de todo ello, debemos acaso ser osados primeramente para con nosotros mismos. Como si el fruto de la sabiduría fuera apenas el premio de aquellos que tienen la osadía de caminar en pos de esa verdad desconocida que, en cuanto a tal, puede infundir temor. Por cuanto, al cabo, esta última pudiera no ser de nuestro agrado; e incluso pudiera afectar a nuestra vida, trastocándola a ella y transformándonos a nosotros, acaso para siempre.
スペイン語オンライン教室.net, junio de 2022
Hablamos de experiencias límite para referirnos a situaciones que inesperadamente nos sobrevienen y que nos envuelven en unas circunstancias vitales muy diferentes de las de nuestro día a día; las cuales amenazan con no permitirnos el regreso al mundo que conocíamos si no logramos superar el obstáculo que ellas representan. ¿De dónde proviene el término?
En la antigüedad el limes (>límite) era la línea fronteriza que indicaba el final del Imperio Romano. Más allá se extendían los bárbaros, que eran aquellos que no hablaban ninguna de las dos lenguas de cultura intercambio más conocidas del Mediterráneo: el latín y el griego. En relación a esto, podríamos definir una situación límite como aquella que nos sitúa en las fronteras de nuestro mundo conocido, ante una situación inesperada y apremiante que se dirige a nosotros en términos que nos parecen difíciles de comprender y descifrar.
スペイン語オンライン教室.net, junio de 2022