El conjunto de epístolas que el famoso escritor cordobés Séneca dirige a su discípulo Lucilio, comienza directamente con una advertencia: “Ita fac, mi Lucili: vindica te!”; literalmente, “Haz esto, Lucilio mío: ¡vindícate!”. En esta frase el verbo —emparentado con el más conocido reivindicar— se presenta en forma imperativa y tiene diversas traducciones posibles: reclamar, apropiarse, liberar, proteger... Si echamos un vistazo al DLE, vemos que la tercera de las entradas del propio verbo vindicar en español presenta un significado muy cercano: ‘Dicho de una persona, recuperar lo que le pertenece”.
Ahora bien, resulta sumamente hermoso que, en “vindica te!”, sea Lucilio precisamente el sujeto y el complemento directo del imperativo; esto es, quien tiene que reclamar y, a la vez, reclamarse; liberar y liberarse; proteger y protegerse. María Zambrano (Zambrano, M. Séneca, p. 207, Ed. Siruela, Madrid, 1994) lo traduce bellamente por medio de un giro que parece contener todos esos ricos matices: ser dueño de sí mismo. Así que, si el filósofo griego Sócrates nos animaba a tomar conciencia de lo que en realidad somos por medio de la célebre máxima “¡Conócete a ti mismo!”; el hispanorromano Séneca trata de dirigir nuestra atención al señorío que deberíamos ejercer sobre nosotros mismos: “¡Hazte dueño de ti!”, viene a decirnos a través de su discípulo, Lucilio. Ahora bien, dado que en el hablar corriente a menudo identificamos los señoríos o los dominios con las tierras pertenecientes a un señor, podríamos preguntarnos, ¿de qué tierras deberemos enseñorearnos en nuestros más íntimos dominios vitales?
Es aquí donde surge el célebre aforismo que encabezaba esta entrada de hoy. Con él, el mismo filósofo andaluz que en otros pasajes nos recordara cómo habíamos nacido desnudos, sin nada de nuestra propiedad, matiza ahora y nos dice que, en realidad, sí que hay algo que nos pertenece: el tiempo: “Omnia, Lucili, aliena sunt, tempus tantum nostrum est”; esto es, “Todas las cosas, Lucilio, nos son ajenas; tan solo el tiempo es nuestro”. Relacionando, pues, aquella primera advertencia con este hermoso aforismo, comprobamos que, para el cordobés, hacernos dueños de nosotros mismos es fundamentalmente hacernos dueños de nuestro tiempo; un tiempo que hemos de vindicar, esto es, tratar de recuperar, pues tan fácilmente nos lo dejamos arrebatar o tan fácilmente lo desperdiciamos.
Primeramente, por la naturaleza misma de ese tiempo, que, según reza el adagio clásico, se nos escapa cual un ladrón (tempus fugit, ‘el tiempo huye, vuela’). Y, en segundo lugar, por cuanto, deslumbrados frecuentemente por los brillos, los sonidos y los encantos de las personas o cosas que en el mundo exterior nos rodean; muy a menudo nos encontramos prestos a trocar nuestro precioso tiempo por otras cosas que pueden ser meras bagatelas, pero que, al menos, parecen más reales debido a su consistencia, aparentemente mayor: podemos verlas u oírlas; acaso tocarlas, asirlas, incluso guardarlas. Y, sin embargo, nos advierte Séneca, es apenas ese escurridizo tiempo lo único que en última instancia nos pertenece; lo único sobre lo que en realidad podríamos llegar a ejercer algún tipo de posesión sobre esta tierra.
スペイン語オンライン教室.net, julio de 2022