"Por san Bartolomé, salen los higos a ver" (25 de agosto). "Estar en la higuera". "De brevas a higos".
Nos encontramos al final del verano; y, cuando los campos están agostados y muchas plantas han dejado ya de dar frutos es cuando, por fin, la higuera muestra sus preciados higos. La sabiduría popular sitúa el comienzo de la temporada de estos en torno al 25 de agosto, día dedicado a san Bartolomé; pues, según reza el refrán: "Por San Bartolomé, salen los higos a ver".
Hermoso es este dicho popular, y sumamente rico en referencias, ya que san Bartolomé (llamado también Natanael) es precisamente conocido por un célebre pasaje bíblico en el que se menciona una higuera. Es al comienzo del evangelio de san Juan, cuando el primero de los apóstoles, Felipe, va en busca del mencionado Natanael para declararle que ha encontrado al Mesías, que es Jesús. Y, Natanael, aunque con un cierto escepticismo, decide seguirlo.
Los recibe Jesús con unas elogiosas palabras hacia este último: "He aquí un verdadero israelita, en el cual no existe engaño". (Jn.1, 47). A lo que dice Natanael: "Y tú, ¿de qué me conoces?". Replicará entonces Jesús: "Antes de que te llamase Felipe, cuando estabas debajo de la higuera, te vi" (Jn. 1, 48). Y Natanael respondió: "Maestro, tú eres el Hijo de Dios; tú eres rey de Israel" (Jn. 1, 49).
No podemos dejar de señalar que es tal la desproporción entre las palabras de Jesús ("te vi debajo de la higuera") y las de Natanael, declarándolo Mesías (el Hijo de Dios llamado a ser el rey de Israel), que sentimos que el "te vi" de Jesús hace forzosamente referencia a algo más allá del mero mirar físico. Algo que nada tiene que ver con que Jesús tuviera una "vista de águila" o con que Andrés, estando distraído, no hubiese reparado en su presencia.
La conversación resulta, por ello, intrigante; pues, tomada tal cual, al pie de la letra, parece falta de algo. Un algo que se escapa a nuestra comprensión y que, sin embargo, parece ser inmediatamente comprendido y compartido, tanto por Jesús como por Natanael. Como si la conversación entre ellos fluyera (y confluyera) en un punto más profundo; el cual puede contener algún hecho anormal en el nivel de lo más puramente físico (acaso una bilocación), pero que lo tiene que desbordar con creces en lo espiritual. Como si Jesús hubiese logrado penetrar en el pensamiento más íntimo de Natanael; aquel que este último estaba seguro que nadie, aparte de Dios mismo, podría haber conocido. Pero, ¿qué pudo haber pasado por su mente?
Una pista sobre lo ocurrido nos la puede dar la expresión popular española de "estar en la higuera", que acaso pudiera tener relación con este mismo episodio bíblico, y que viene a significar tanto como hallarse ensimismado, vuelto hacia sí, ajeno a aquello que sucede alrededor de uno. Sin embargo, de la extraordinaria y profunda conversación señalada, debe inferirse que el ensimismamiento de Natanael, lejos de ser un episodio de adormilamiento o de despiste, era probablemente un momento de gracia: de meditación u oración mental en la que el futuro apóstol debió de haber sentido de manera especial la presencia divina.
Obsérvese en este punto cómo Jesús -al menos en la traducción española- no declara haberlo visto ni debajo de "un árbol" cualquiera, ni aun tan siquiera de "una higuera"; sino debajo de "la higuera", de aquella concreta y particular. La higuera, pues, se torna a ojos de uno y otro en clave de interpretación de todo el episodio. Y que Jesús aluda a ella en este punto a la vez que menciona la sinceridad de Natanael no puede ser algo baladí.
Al fin y al cabo, cuando mucho tiempo atrás Adán y Eva habían corrido a ocultar su desnudez (tras la comisión del pecado original), acabaron precisamente cosiendo unas hojas de higuera (Gn. 3, 6-7). De ese modo buscaron tapar, de manera rudimentaria (meramente física), un pecado que, mucho antes de acontecer en lo exterior, se había producido en el interior de sus corazones. Pues bien, es precisamente ese deseo de ocultar su pecado el que mostraba en ellos una falta de sinceridad para con Dios, y lo que marca una diferencia fundamental de actitud entre estos y Natanael.
Obsérvese, en efecto, que Jesús presenta a Natanael (con quien humanamente no ha llegado nunca a conversar), como hombre sincero; lo que, por cierto, provocará en este último una reacción un tanto brusca y directa, al preguntarle: "¿Y tú de qué me conoces?". Esto no puede significar sino que Jesús ha oído su otra voz, la interior, al momento de la oración bajo la higuera. Y que por ella comprende que Natanael no solo se sabe indigno a los ojos de Dios (que fue ya el caso de los mencionados Adán y Eva); sino que, bien al contrario de ellos, fue capaz de verbalizar ese sentimiento de indignidad, confesando con humildad sus pecados.
¡Qué hermoso! Que Jesús viese a Natanael se refiere, pues, aquí no solo a que lo viese exteriormente bajo la higuera sin haber estado físicamente próximo a él; sino, sobre todo (y que es lo que resulta mucho más milagroso) a que lo viese interiormente, advirtiendo la oración contrita de su corazón. De este modo podemos decir que Jesús lo vio primero y en el más amplio sentido del término; y que tuvo a bien permitirle descubrir quién habìa estado al otro lado de su oración. Para que, por gracia de ello, supiese reconocerlo como Mesías, dando hermoso cumplimiento a la bella profecía de Jeremías:
"Como a estos higos buenos, así consideraré como buenos a los desterrados de Judá (...). Porque pondré mis ojos sobre ellos (...). Y les daré un corazón para que me conozcan, porque yo soy el SEÑOR; y ellos serán mi pueblo y yo seré su Dios, pues volverán a mí de todo corazón" (Jer. 24, 5-7).
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Llegados ya los fríos del final de estación, allá por noviembre, ocurre algo hermosísimo. A saber, que, lejos de dejar que se echen a perder aquellas infrutescencias que quedaron inmaduras en las higueras; permiten algunas especies que permanezcan como adormecidas en sus ramas, en espera de la próxima primavera. Estos higos que han quedado hibernando y que continúan su maduración hasta la primavera se llaman "brevas"; y, a causa del mayor tiempo que han permanecido en las ramas, presentan una mayor cantidad de agua y un sabor más suave.
Es tanto el tiempo que permanecen pendientes del árbol (desde el final del verano hasta el comienzo de la primavera), que otro célebre refrán refiere de cualquier hecho que suceda tras largos períodos de espera, que sucede "de higos a brevas". Quiera ser esto también reflejo de la misericordia de Dios, y de su paciencia en la espera de nuestra muchas veces lenta maduración personal. Quiera él que, no llegando a ser en nuestro crecimiento espiritual, como Natanael, rápidos higos; lleguemos, al menos, a ser algún día tardías brevas.
スペイン語オンライン教室.net, noviembre de 2022